Microescultura La obra de José Efrén Zavala Rivera

   

Estatuaria / Por Rael Salvador

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Salmos de la Cumbre
Haber levantado toda la noche
Himalayas- Y llamar a eso sueño.
E.M Cioran.

Inventar mundos no es sólo tarea de dioses. Todo acto de creación bien se sabe, diluye las sombras de la eternidad. Como lo considera el místico, es suceso sublime que ordena el espacio en la inmemorial vertiente de su remanso.

Desde la imaginación el artista afirma la duda de la razón. En la obra de José Zavala Rivera, se funde la realidad del vacío a su otra orilla y así nos resulta evidente lo aparente. La sorpresa original, ante su minuciosidad y su grandeza, nos convierte en el elogio el hallazgo: "Hemos enseñado, pero sobre todo aprendido", diré en más de una ocasión.

Y es que se necesita grandeza para admirar la pequeñez de estos portentos esculpidos en una noble y sencilla tiza. El símbolo de la enseñanza, mire usted, sirve para el advenimiento de la creación. Una diminuta espada de Vermeer (aguja) es el cincel que neva la apariencia para revelarnos la esencia: la microescultura. Con suave rigor de salmo, la generosidad del escultor nos hace la vivencia más clara, menos imprecisa, contando mil y una historias en la cumbre himaláyica de un gis.

Así, las quimeras de la sensibilidad y el misterio esparcen, desde la otredad, con inadvertida prudencia, copos de gis moldeando una realidad que apenas se sueña. Se compromete la palabra a la revelación y es José Zavala quien logra el corpus a voluntad descubriendo lo que el gis posee de joya.

El hombre, aprehendido en la brasa de su existir, advierte en sus manos el milagro y, como antes suscito en Jerusalén o en la ensenada, invita a la imaginación a que una vez más lo mire de frente. Entonces "Cristo- me cuenta un amigo de Antigua- recoge un puñado de arena recién humedecida por las olas y en un instante erige un pájaro, vierte su aliento sobre él y lo echa a volar...."

Rael Salvador.